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2013-11 ARGENTINA - de Buenos Aires a Ushuaia

ARGENTINA
De Buenos Aires a Ushuaïa
2013
01 de noviembre a 25 de noviembre
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Hacia Ushuaia en Tierra de Fuego, una carrera en ráfaga

Que todos los que se quejan de los fuertes y helados vientos se estimen suertudos de no vivir en la Patagonia.

Patagonia, una pata en la agonía.

Cómo contarles mejor, que nunca en nuestro vagamondeo, nos habíamos sentido más amenazados por los elementos.

Más de 3000 km separan Bahía Blanca de Ushuaia a través de una ruta no siempre asfaltada.

Durante largos tramos la calzada se limita a un ancho sendero de ripio bajo un túnel de polvo.

Una dificultad extrema y un riesgo enorme para los ciclistas.

Pero ¿porqué ir entonces hasta Ushuaia si el viento nos frena, si las rutas son pésimas y si cada tentativa de pedaleo implica un riesgo?

Seguramente porque somos un poco cabezones y, probablemente también porque, de alguna manera, sabemos que Ushuaia lo vale.

Avanzamos hacia un horizonte totalmente abierto.

Frente y alrededor de nosotros, sólo el azul y blanco del cielo sobre la costra manchada y dorada de tierra.

Ahí vamos, como dejándonos tragar por la inmensidad.

En las raras granjas y pueblitos los encuentros son siempre calurosos.

Como si en la distancia y el alejamiento todos los hombres se volvieran simpáticos. Esto borra, aunque sea por unos minutos o unas horas, la conmoción y fatiga de la ruta.

En la única casita entre Bahía Blanca y Conesa (140 km), Carlos nos propone una parcela para una etapa familiar.

En el corazón de esta región inhabitada, él cuida una casa “saca de apuros” de combustible. Inestimable sombra y acogimiento para el sediento y cansado viajero.

Al vernos llegar en bici, admirativo, nos recibió con una enorme sonrisa y un generoso vaso de agua.

En su terreno plantamos nuestra tienda y pasamos, a pesar del frio (3°C) una de las veladas más calurosas.

Carlos nos contó la historia de Gauchito Gil. El Robin Wood argentino, ahora un santo local, altamente respetado por los conductores y venerado a lo largo de las rutas en esos empolvados altares llenos de banderas rojas desgarradas por el viento.

A Rio Colorado, queriendo comprar pan para un picnic en un parque, nos sorprendimos comiendo a la mesa de Alejandro y su hijo, en su casa a la orilla del rio.

Alejandro se había fijado en las pesadas bicis de los dos viajeros perdidos en su pueblo y de una admirable espontaneidad, nos invitó a tomar algo fresco en su casa.

Entre nosotros nos miramos y luego nos dejarnos tentar.

Llegando a su casa, como los más grandes amigos, Alejandro abrió su refrigerador, nos sacó una botella de “Terma Patagonia” (bebida súper refrescante a base de hierbas), nos calentó un plato de arroz con pollo, cortó queso y jamón crudo y luego, dispuso todo en la mesa con el fin de saciar nuestra sed y apetito.

“Yo sé lo que es hacer deporte”, nos dijo.

Más allá de haber calmado nuestra hambre y nuestra sed, su gesto aderezó con afecto nuestro camino.

En todos los países que hemos atravesado, hemos recibido muchas demostraciones de simpatía y de amistad pero muy pocas personas – sin conocernos – nos han abierto tan espontanea y tan generosamente los brazos.

Primera vez – pero no la última – en Argentina.

Sin duda, uno de los mejores momentos.

El acogimiento afectuoso es la usanza en los pueblitos del sur de Argentina.

En los jardines públicos los chicos vienen a discutir con nosotros, nos saludan de beso y nos regalan dibujos.

La gente nos sonríe en todas partes, se muestra contenta de orientarnos e, incluso, de hacernos algún favor.

Como cuando nuestra estufa miniaturizada se descompuso.


En su taller de mecánica en Rio Colorado, con la paciencia del que sabe, Roberto pasó horas modelando el empaque de cuero que permite encender, tres veces al día, el aparatito en el que preparamos nuestro “pipirín”.

Qué suerte para nosotros de haber dado con él, de verlo trabajar y de escuchar las leyendas e historias de su país.

Como la de Difunta Correa, una mujer del siglo XIX que atravesando la Patagonia en búsqueda de su marido llamado a la guerra, fue encontrada muerta de sed, amamantando a su bebé, aun vivo.

Tiempo después de su muerte, un gaucho llena su tumba de botellas de agua, en ofrenda por haberlo ayudado a juntar sus ovejas.

Desde entonces, en todas las rutas de la Patagonia, una cantidad impresionante de botellas de agua rodean los altares dedicados a esta santa mujer.

Al hablar con tanta gente y escuchar tantas historias, un pensamiento me invade: América Latina, camino deleitable y enriquecedor, eres un Todo por tu español.

Así nos vimos llegar a Puerto Madryn, decididos a explorar Península Valdés. Hasta ahí, aunque el viento había entorpecido nuestra ruta y que las temperaturas nocturnas se aproximaban de 0°C, cada nuevo día nos motivaba la impresión de haber cambiado de cielo. Pero aquí el viento desgarra todo y terminó también desgarrando nuestra motivación.

Saliendo de Península Valdés, luego de haber distinguido algunos ñandús y guanacos y ninguna ballena, retomamos nuestra ruta más venteada, más importunada y más desequilibrada que nunca. Como estábamos decididos a llegar, empezamos à pedir aventón. Nunca se sabe, a lo mejor funciona. Algunos vehículos, entre los cuales una casa rodante, nos saludan sin pararse.
Qué cómodos parecían sus ocupantes!
Es la primera vez que una casa rodante nos hace soñar.

Otros vehículos más y por fin, una camioneta nos levanta. Esa misma tarde pudimos acampar a la entrada de Punta Tombo, a 25 km del parque nacional de pingüinos.

Al día siguiente ¡qué odisea, Señor, qué odisea! Pedalear a menos de 5 km/h en un sendero venteado, sinuoso, desnivelado y, por encima de todo, de ripio y polvo. ¡Eso de desgarrarse los chamorros sólo para ir a ver pingüinos! Cuatro horas después, en el sendero de los pasitos, caminando entre las raras creaturas, las penurias de la mala ruta habían quedado bien atrás.

Entre las dunas y la orilla del mar, el espectáculo es único. Ahí vamos, caminando pausados y silenciosos, sintiéndonos realmente entre ellos. Además, estamos justo en el periodo de reproducción. Más de la mitad de las parejas están encubando sus huevos. Primero uno y luego el otro, macho y hembra salen del nido, balanceándose graciosamente hasta el mar para desentumirse y buscar comida mientras el otro continúa incubando el futuro “polluelo”. A nuestro paso entre los nichos de tierra, algunos lucidos se enderezan como para presumirnos, orgullosos, su tibio retoño. Boca abierta, nos dejamos simplemente maravillar. Aunque no lo parezca, Doña Patagonia tiene su encanto.

Luego de esto, no contaremos más los kilómetros en bici porque en realidad ya no hubo muchos más.

Primero llegamos a Caleta Olivia con Marcelo I. Un motociclista en pick-up, apasionado del gran escape y solidario de todos los dos ruedas.

Al día siguiente, ya lejos de Caleta Olivia, luego de haber rebasado la curva infernal en desnivel que casi podríamos llamar: la puerta de todos los vientos, queriendo salir del asfalto para dejar pasar el vehículo que venía atrás, una ráfaga forzó mi manubrio y en un instante, me fui de bruces contra el acotamiento. Al momento de la caía, en alguna parte del camión me pareció ver una cruz roja. Este, hasta bien nos cayó, me dije yo.

Así fue como conocimos a Marcelo II que, además de darme con qué curarme las rodillas heridas, nos condujo en su confortable camión hasta Rio Gallegos. Es decir, algunos 600 km más lejos. Un encuentro de lo más genial y una hermosa tarde en su compañía.

Para los 400 km de la línea final, creímos que contaríamos con mejor tiempo. ¡Creímos! Nuestra última tentativa por entrar a Ushuaia pedaleando sólo duró 5 km. De hecho, no sé ni cómo los hicimos, con aquel muro de viento que todo frenaba ni camiones circulaban. Cuando aceptamos que no podríamos ir más lejos, dimos media vuelta y nos dejamos empujar derecho hasta la fila de espera de la estación de autobuses.

El 25 de noviembre a las 23h llegamos, por fin, a Ushuaia.

Al sacar las narices del autobús, el aire se siente frio pero sin viento. ¡Qué bien se siente respirar en calma! Aunque… mejor no adelantase!!! Primero, como bienvenida, una calle en subida. Empujando nuestras bicis con las “fuerzas” de a esa hora, nos pusimos a buscar un alojamiento. Por aquí y por allá, todos los hoteles y hostales estaban llenos. La noche avanza y la calle cada vez más empinada. Continuamos ascendiendo hasta que, por fin, un lugar. Obviamente, era imposible subir más. Pero ¿quién piensa en el esfuerzo cuando, con la luz de una mañana bien asoleada, se saborea un café frente a un horizonte de lagos bordeados de montañas salpicadas de casitas de mil colores?

¡Ushuaia, la mítica Ushuaia!

La ciudad más al sur del planeta, “culo del mundo” como muchos la llaman. Circo impetuoso de relieves nevados, de colores, de sensaciones, de sentimientos… y de turistas!!! Pero no es la ciudad lo que atrae a Ushuaia. Ni tampoco su hermoso parque nacional ni sus arañas de mar, gigantescas y deliciosas. Lo único que empuja a los humanos a venir hasta este punto es el desafío, secreto e indescifrable, de sentirse bajo el cielo más lejano, infinitamente insignificante frente a la crueldad de los elementos; simplemente, para descubrir el extremo. Tierra de Fuego es eso ¡el cielo más extremo!

El haber descubierto Ushuaia nos procura una inmensa pero efímera felicidad. Con tanto viento y tanta nieve ¿Cómo diablos saldremos de aquí?

Estacionado en un parking de la ciudad, con una placa francesa, una casa rodante arranca al momento en qué pasamos. Lanzamos una señal a sus ocupantes. Anne Marie y Gabriel, viajeros a través del Continente, paran en el acto para saludarnos. En el interior de su morada la atmosfera es tranquila y acogedora. Como nosotros, también se sienten exhaustos de sus 3000 km de ruta desde Rio de la Plata y del tiempo adverso en Ushuaia. Rápidamente simpatizamos.

¿Y si atáramos sus bicis en el techo?
De la ruta de la adversidad al camino de la amistad. Mama mía!!!
Llevamos más de dos semanas recorriendo la, también mítica, Ruta 40 en casa rodante. Viajamos, comemos y dormimos a 4 en un espacio de 9 m2 sobre ruedas. En este andar y rodar hemos llegado hasta Perito Moreno, a poco más de 1000 km de Tierra de Fuego, acumulando un formidable caudal de risas, miedos y aventuras inéditas que pronto podremos compartir con ustedes.

Entre tanto, les damos un gigantesco abrazo y, para este fin de año, les deseamos un lote máximo de momentos privilegiados – e inéditos – en familia.






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