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2012 - INDIA - de Bombay a Goa - Comentarios

INDIA
de Bombay a Goa
2012
11 de enero - 29 de enero

De Bombay a Goa, a tientas

De Bombay a Goa, a tientas
Nuestro guía sobre el país no incluye, absolutamente ninguna información para circular los 600 km que van de Bombay a Goa.
Lo único con lo que contamos, es con un mapa general (muy general) del Sur del país.
Para salir de Bombay evitando al máximo la tumultuosa circulación, hemos previsto tomar una de las numerosas embarcaciones pesqueras transformadas en “autobuses” marinos. Estas naves, atraviesan la bahía sólo por noventa rupias (1,50 €) y salen del antiguo embarcadero central de los ingleses “Gate of India”, a unos minutos de nuestro hotel.
El día de la travesía, llegamos al embarcadero con tiempo suficiente para desenganchar las maletas de las bicicletas, reunirlas en una maleta más grande y tambalear los cuatro bultos (dos maletones más dos bicicletas) por escaleras y resbalosos pasadizos, antes de la precipitación de los demás viajeros.
Gate of India y el opulento Hotel Taj Mahal

A medida que la gente llega, se va formando. 
Había ya unas 30 personas en la fila india cuando al encargado de limpieza, se le ocurre sacar su manguera anti-incendios y dispersarnos, a nosotros y a todos, con su potente chorro. 
Cuando el “maestro limpio” terminó su demostración, sobre un límpido charco la fila se volvió a acomodar. 
Afortunadamente no tuvimos que esperar mucho parados en el charco y afortunadamente también, que a pesar de que todo el mundo viaja con chivas, hubo gente que echando dos vueltas nos ayudó a trasportar nuestras cosas.
Cuando el barco se fue alejando, en el horizonte se iba perfilando uno de los barrios más originales de Bombay, Gate of India y el opulento Hotel Taj Mahal. Aunque en realidad en la India, todo es autentico.
Para dejarnos bajar al llegar del otro lado de la bahía, nuestro barco se empareja con los otros barcos que ocupan el embarcadero. 
Antes de tocar tierra en fila india, tenemos que cargar con nuestros cuatro bultos, casi a zancadas y saltando, a través de los tres barcos. Pero, también en esa maniobra, hubo gente muy amable que nos echó la mano.
A penas habíamos comenzado a pedalear cuando cruzamos un viajero en bicicleta, muy particular. 
Cargado con mil bultos y objetos, su bicicleta puesta sobre un sólido caballete, este hombre ofrecía sus servicios como afilador. 
Mi More curioso de ver su aparato funcionar, sacó nuestro Robinson (cuchillo) de entre nuestro bultos y se lo confió. 
El hombre se puso sobre el asiento y con su bicicleta fija al suelo y comenzó a pedalear. 
Con la rueda trasera en el aire, hizo girar el amolador y nuestro Robinson quedo afilado y mejor que nuevo. 
Además de pagarlo, mi More también le engrasó los engranes de su bicicleta.
Nuestra primera residencia hindú, estaba sólo a 20 km de ese lugar. Como si el viento nos había empujado fuimos a dar justo en frente de este lindo edificio. 
Una hermosa granja, jardín y hotel, en tonos rojos asiáticos rodeados de verde y densa vegetación. La más linda, limpia y cara del mes.
Vamos con dirección sur hacia Goa. 
Desde nuestro hotel, tenemos la posibilidad de tomar una carretera por el interior o bien, bordear el mar por una carretera con tráfico relativamente moderado. 
Esta era nuestra mejor opción. 
Bajaremos con el sol de frente y, en el mejor de los casos, viendo el mar a la derecha. 
No tardamos mucho en darnos cuenta que aquí, eso de circulación moderada quiere decir, ruta angosta. A propósito, en pésimo estado. 
Sin contar la falta de señalizaciones y los numerosos obstáculos, fijos y móviles, hasta en los trayectos más cortos. 
Al principio, sólo tratábamos de avanzar al paso. 
Muy pero muy al paso. Como para irle tentando el agua a los camotes. 
A vuelta de rueda, tratábamos sólo de mantenernos en la orilla de la ruta, calándonos e intercalándonos con el circo de vehículos. 
Circo es la palabra. 
En la India, las carreteras son como el desfile de un circo. Coches, camiones, monos, vacas, carretas, puercos, motos chivas, gente y por supuesto, elefantes. 
A esto, hay que agregarle la animación simultánea de todos los cláxones al mismo tiempo. 
¡Ole! ¡Venga amigo, que aquí está lo bueno y variado, pero avance entonces! 
¡No se me quede parado!
Lo estresante de la ruta no es tanto la velocidad, sino la densidad y variedad de vehículos entremetiéndose unos y otros, la impaciencia de los conductores, la banda de asfalto sinuosa, estrecha y como cartera de huevos. Llena de hoyos.
En los lugares más degradados, había cuadrillas de unas treinta o cuarenta obreras. 
Así es, obreras. 
En la India, la reparación de las rutas se realiza por mujeres. De hecho, en todos los edificios en construcción, una buena parte de la mano de obra, se realiza por mujeres. 
Lo curioso de esto es que incluso para realizar ese tipo de trabajos, van siempre hermosas y elegantemente vestidas en sari. 
Así se les ve trabajar sobre el acotamiento, sin útiles propios para el tipo de trabajo, sin guantes, ni casco, ni ninguna otra protección, levantan y extienden piedras, acarrean kilos de gravas y arena, separan y nivelan materiales para perfilar la ruta, evitando y viendo a los otros pasar. 
Voy cuidando los coches adelante y atrás pensando en frenar para ir a saludar. 
Madre de Shivá pero ¿qué es esto? 
¿Qué es este bulto en el suelo? 
Al mismo instante en que comprendí que lo que estaba cerca de mi rueda era un bebé, como pude lo evité. Ahí puesto, aquel bebito pasaba el día, vaya usted a saber cómo, ayudando a su mamá en su trabajo. Como un bulto sobre el suelo. 
¿Y si no lo hubiera visto a tiempo? 
Shivá ¡ten piedad de nosotros!
Al acercarnos a las obreras, se miran entre ellas, algunas nos apuntaban con el dedo, otras hasta se  cubren la boca para esconder la risa. 
Nosotros reímos con ellas, es nuestra única manera de comunicar. 
Me agrada imaginar que somos un momento de su diversión. 
Sólo espero que tengan otros.
Desde que atravesamos Rumania (hace cinco meses), empezamos a dormir en hoteles; aprovechando que los precios son económicos. 
Así lo hicimos en los demás países hasta llegar a Turquía. 
En la India, teníamos la intensión de acampar, pues conocemos a gente que lo ha hecho. 
Teniendo la posibilidad de dejar todo nuestro equipo de camping en Bombay, decidimos traerlo con nosotros. 
Pero definitivamente, hemos cambiado de opinión porque aquí los hoteles son aun más económicos y también para sentimos más seguros. 
El problema, es que nuestros kilos, nadie nos los puede quitad de encima y aquí con tantas cimas.
Una colina, un rio, una colina, un rio, una colina… 
Entre dos colinas hubo siempre un lanchero para ayudarnos, con todo y chivas a atravesar el rio. 

En los pueblitos, las construcciones más impresionantes y mejor mantenidas siempre son los templos. 
Se construyen por todas partes y de todos tamaños, templos, templos y más templos. Alrededor de esas milagrosas construcciones se dispersan algunas casuchas y terrenos de “paracaidistas” donde familias enteras viven instaladas bajo tiendas hechas con lonas. 
Al exterior, cuántos pequeñines con caritas polveadas agitan sus manitas al vernos pasar. 
Sin agua, sin espacio, sin baño, sin electricidad. 
¿Cuánto tiempo llevan ahí y cuanto más pasaran?
Una noche llegando a un pueblito, ya habíamos encontrado un hotel cuando salimos a buscar dónde comer. 
Nada. 
No había nada, ni el mínimo comercio de alimentación para colmar nuestro desgaste.
En un estanquillo de venta de hielo, preguntamos a la propietaria, donde podríamos comer. 
Esta señora llamó por teléfono a otra señora y ésta última dejó su casa para venir a vernos y preguntarnos qué deseábamos comer. 
Lo que tenga es bueno, le dijimos. 
Salimos del estanquillo siguiendo a la señora, llegamos a una casa donde nos acogió la tercera señora de la noche. 
Fue esta tercera señora la que nos preparó un riquísimo talí que nos invitó (por unas cuantas rupias) a saborear sentados en el suelo. 
Ahí cenamos ese día, observados por la segunda y tercera señoras, una niña y un señor. 
Que parecían azorados al vernos. 
Tal vez por lo mal educados que éramos al utilizar las dos manos para comer.

En pocos días nos dimos cuenta que adaptarnos a las rutas, al tráfico, a los apagones cotidianos, a la falta de pan y qué sé yo, era menos difícil de lo que imaginamos. 
La población nos acogía en todas partes, el cielo azul nos seguía y el buen viento nos soplaba; la India nos abría las puertas como queriendo compartir con nosotros su belleza, su riqueza, su miseria y sus más legendarios secretos. 
Definitivamente, decidimos abrirnos a Ella. 
Que la aventura comience, ya no estamos lejos de Goa.  




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